Discurso de SS Benedicto XVI
A
los participantes en la Sesión Plenaria de
la Comisión
Teológica Internacional
5
de octubre de 2007
Señor
cardenal;
venerados
hermanos en el episcopado;
ilustres
profesores y queridos colaboradores:
Os
acojo con alegría al final de los trabajos de vuestra sesión plenaria anual.
Ante todo deseo expresar mi profundo agradecimiento por las palabras de saludo
que me ha dirigido, en nombre de todos, usted, señor cardenal, como presidente
de la
Comisión teológica internacional.
Los
trabajos de este séptimo "quinquenio" de la Comisión teológica internacional,
como ha recordado usted, señor cardenal, ya han dado un fruto concreto con la
publicación del documento "La esperanza de la salvación para los niños que
mueren sin bautismo". En él se afronta este tema en el contexto de la voluntad
salvífica universal de Dios, de la universalidad de la mediación única de
Cristo, del primado de la gracia divina y de la sacramentalidad de
la Iglesia.
Confío en que este documento constituya un punto de referencia
útil para los pastores de la
Iglesia y para los teólogos, y también una ayuda y una fuente
de consuelo para los fieles que han sufrido en sus familias la muerte inesperada
de un niño antes de que recibiera el baño de regeneración.
Vuestras
reflexiones podrán ser también una oportunidad para profundizar e investigar
ulteriormente ese tema. En efecto, es necesario penetrar cada vez más a fondo en
la comprensión de las diferentes manifestaciones del amor de Dios a todos los
hombres, especialmente a los más pequeños y a los más pobres, que nos fue
revelado en Cristo.
Os
felicito por los resultados ya alcanzados y, al mismo tiempo, os aliento a
continuar con empeño el estudio de los demás temas propuestos para este
quinquenio, sobre los cuales ya habéis trabajado en los años pasados y en esta
sesión plenaria. Como ha recordado usted, señor cardenal, se trata de los
fundamentos de la ley moral natural y los principios de la teología y de su
método. En la audiencia
del 1 de diciembre de 2005
presenté algunas líneas fundamentales del trabajo que el teólogo debe desempeñar
en comunión con la voz viva de la Iglesia, bajo la guía del
Magisterio.
Ahora
quiero hablar en particular sobre el tema de la ley moral natural.
Como
probablemente es sabido, por invitación de la Congregación para la doctrina de
la fe, varios centros universitarios y asociaciones han celebrado o están
organizando simposios o jornadas de estudio para encontrar líneas y
convergencias útiles para profundizar de forma constructiva y eficaz en la
doctrina sobre la ley moral natural. Esta invitación ha encontrado hasta ahora
una acogida positiva y un gran eco. Por tanto, se espera con mucho interés la
contribución de la
Comisión teológica internacional, orientada sobre todo a
justificar e ilustrar los fundamentos de una ética universal, perteneciente al
gran patrimonio de la sabiduría humana, que de algún modo constituye una
participación de la criatura racional en la ley eterna de Dios.
Así
pues, no se trata de un tema de índole exclusiva o principalmente "confesional",
aunque la doctrina sobre la ley moral natural esté iluminada y se desarrolle en
plenitud a la luz de la
Revelación cristiana y de la realización del hombre en el
misterio de Cristo.
El
Catecismo de la
Iglesia católica resume bien el contenido central de la
doctrina sobre la ley natural, revelando que indica "los preceptos primeros y
esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a
Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto
igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo.
Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres
irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la
naturaleza humana" (n. 1955).
Con
esta doctrina se logran dos objetivos esenciales: por una parte, se
comprende que el contenido ético de la fe cristiana no constituye una imposición
dictada a la conciencia del hombre desde el exterior, sino una norma que tiene
su fundamento en la misma naturaleza humana; por otra, partiendo de la ley
natural, que puede ser descubierta por toda criatura racional, con ella se pone
la base para entablar el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y, más
en general, con la sociedad civil y secular.
Precisamente
a causa de la influencia de factores de orden cultural e ideológico, la sociedad
civil y secular se encuentra hoy en una situación de desvarío y confusión:
se ha perdido la evidencia originaria de los fundamentos del ser humano y de su
obrar ético, y la doctrina de la ley moral natural se enfrenta con otras
concepciones que constituyen su negación directa.
Todo
esto tiene enormes y graves consecuencias en el orden civil y social. En muchos
pensadores parece dominar hoy una concepción positivista del derecho. Según
ellos, la humanidad, o la sociedad, o de hecho la mayoría de los ciudadanos, se
convierte en la fuente última de la ley civil. El problema que se plantea no es,
por tanto, la búsqueda del bien, sino del poder, o más bien, del equilibrio de
poderes.
En
la raíz de esta tendencia se encuentra el relativismo ético, en el que
algunos ven incluso una de las condiciones principales de la democracia, porque
el relativismo garantizaría la tolerancia y el respeto recíproco de las
personas. Pero, si fuera así, la mayoría que existe en un momento determinado se
convertiría en la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran
claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda
garantizada por el consenso de un gran número de personas, sino sólo por la
transparencia de la razón humana a la Razón creadora y por la escucha común
de esta Fuente de nuestra racionalidad.
Cuando
están en juego las exigencias fundamentales de la dignidad de la persona humana,
de su vida, de la institución familiar, de la equidad del ordenamiento social,
es decir, los derechos fundamentales del hombre, ninguna ley hecha por los
hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el corazón del
hombre, sin que la sociedad misma quede herida dramáticamente en lo que
constituye su fundamento irrenunciable. Así, la ley natural se convierte en la
verdadera garantía ofrecida a cada persona para vivir libre, respetada en su
dignidad y protegida de toda manipulación ideológica y de todo arbitrio o abuso
del más fuerte.
Nadie
puede sustraerse a esta exigencia. Si, por un trágico oscurecimiento de la
conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelar
los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento
democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos. Contra este
oscurecimiento, que es crisis de la civilización humana, antes incluso que
cristiana, es necesario movilizar la conciencia de todos los hombres de buena
voluntad, tanto laicos como pertenecientes a religiones diferentes del
cristianismo, para que juntos y de manera efectiva se comprometan a crear, en la
cultura y en la sociedad civil y política, las condiciones necesarias para una
plena conciencia del valor inalienable de la ley moral natural. Del respeto de
esta ley depende, de hecho, que las personas y la sociedad avancen por el camino
del auténtico progreso, en conformidad con la recta razón, que es participación
en la Razón
eterna de Dios.
Juntamente
con mi gratitud, os expreso a todos mi aprecio por la entrega que os caracteriza
y mi estima por el trabajo que habéis desarrollado y que estáis desarrollando.
Con mis mejores deseos para vuestros compromisos futuros, os imparto con afecto
mi bendición.
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